La plaza de la Consti y alrededores son el escenario de algunos de los recuerdos más bonitos de mi infancia y pasear por allí siempre me transporta a las Semanas Grandes vividas de niña. En esta plaza corrí muerta de miedo delante del toro de fuego y bailé “los pajaritos” muerta también, en este caso de vergüenza, junto a mi padre. Más adelante fue el mejor patio de colegio y tiempo de recreo, zuritos y risas de mi juventud, hasta llegar a convertirse en el corazón y el núcleo de mi amor por Donostia. Y ahora, coincidir por la zona con Arzak, con Berasategui y tantos otros genios poteando en la misma barra me confirma la importancia culinaria del lugar y el disfrute igualitario que ofrece este barrio. Buenos ratos compartidos por igual al precio de un pintxo. Alde Zaharra, el alma de Donostia.